Sin título (cabeza en verde), 1959

Pieza del mes
Noviembre 2016

Sin título (cabeza en verde), 1959

Colección particular

Sin título (cabeza en verde), 1959, óleo sobre tela, 30 x 20 cm, colección particular

Historia de una cabecita

Zarina Martíniez

La recopilación de material para el catálogo razonado de la obra de Ricardo Martínez ha sido un trabajo largo, lento y a la vez sumamente satisfactorio. Ya hemos comentado que no se trata únicamente de buscar y encontrar, sino que con frecuencia una obra lleva detrás de sí una historia interesante y/o conmovedora. La pieza de este mes así lo demuestra.

Hace unos meses, la Fundación recibió el mensaje de una persona que tenía un cuadro de Ricardo Martínez de pequeño formato y estaba considerando venderlo. La dueña explicó que desearía que fuera adquirido de preferencia por algún coleccionista en México y que se dirigía a la Fundación solicitando consejo al respecto.

Se trataba de una cabecita en tonos verdes, tamaño carta, fechada en 1959 y adquirida del artista ese mismo año o en 1960.

Por la dirección electrónica se dedujo que la dueña, Fernanda Santa Cruz, vivía en Francia. Establecí contacto con ella y en un viaje a París nos encontramos. Para entonces ya sabía que ella era chilena y que radicaba en Francia hacía muchos años.

El encuentro fue muy especial. Fernanda había llevado la obra de su casa a la oficina, así como un recorte de periódico, enmarcado, con una imagen de ella con sus padres, Alfonso e Irene Santa Cruz y cinco hermanos, el día de su llegada a México en 1959. Alfonso Santa Cruz, destacado diplomático chileno, fue director de la sede subregional de CEPAL en México de 1959 a 1961.

Atando cabos y recurriendo a recuerdos, Fernanda y yo concluimos que muy probablemente su padre y Ricardo Martínez se conocieron a través de Francisco Giner de los Ríos, entonces colaborador en la CEPAL y amigo cercano de ambos. Todos ellos se han ido, pero hace unos días el hijo de Francisco y también entrañable amigo de muchos años, confirmó nuestra teoría y la enriqueció con recuerdos de familia, de encuentros en Chile, México y España, de una amistad que perduró durante toda la vida y que no se vio afectada por límites de tiempo y espacio.

Para Fernanda, la cabecita “es un rostro que … hace parte de mi familia. Tuvimos siempre su mirada puesta sobre nosotros desde alguna pared de las diversas casas que acompañaron los desplazamientos de mis padres. No era cualquier rostro que nos miraba: un rostro de mujer mexicana, indígena, precolombina, de América Latina … pero con algo de universal en su misterio (hasta ,diría, en su abstracción). Tiene eso tan especial de mirar a quien la mira y a la vez estar mirando hacia adentro, indicando esa mirada interior”.

Debe haber otras historias y cuadros así de conmovedores. Por lo pronto seguimos buscando.

Aurora Avilés García

La obra que se presenta en esta ocasión como pieza del mes es un ejemplo de las primeras producciones en las que se aprecia el estilo personal de Ricardo Martínez. En este tipo de trabajos se encuentra el germen de su nueva figuración y de su característico tratamiento de la figura humana.

Para el momento en que produjo esta pieza, el artista ya había pasado por una etapa formativa, delineada por las influencias plásticas de sus contemporáneos y del surrealismo, correspondiente a la producción que realizó durante la década de los años 40 y en los siguientes diez años, por un periodo en el que abunda la representación de paisajes construidos por medio de figuras geométricas, así como de personajes ligados al ámbito popular: cargadores, peones, músicos, hombres con elotes y molenderas, entre otros. Es a finales de esta década cuando se advierte el inicio de un estilo personal que definió su producción durante el resto de su vida.

En ese momento y durante los años 60, el pintor produjo obras como la que aquí presentamos, en la que se observa un manejo tenue de los trazos que parecen diluirse en los colores neutros a partir de los cuales está compuesto el cuadro, en este caso el verde. Las líneas de contorno, al igual que la firma de la obra, están trabajadas por medio de la técnica del esgrafiado, es decir raspando la capa pictórica con una punta metálica, de madera, o con una espátula. De este modo se logra un efecto difuminado, la figura sobresale discretamente del fondo y al mismo tiempo, algunas de sus partes quedan ocultas en él por medio de un magistral manejo de la luz y las sombras.

Las cabezas humanas fueron un tema recurrente a lo largo de la producción de Ricardo Martínez: las representó de perfil o de tres cuartos, como se observa en esta obra. Sus formas evidencian la influencia de la escultura prehispánica en el trabajo del artista.

La importancia de esta pieza radica en que en ella ya es posible apreciar los elementos plásticos que, con el paso de los años, el pintor consolidaría en un estilo perfectamente definido: el uso de colores neutros, o bien, de los colores primarios en su forma pura como se aprecia en obras posteriores, las líneas de contorno trabajadas de una manera suave y difuminada, el uso del esgrafiado, así como la proporción de la figura que ocupa casi la totalidad del espacio pictórico, enfatizando su volumetría.