Sin título (perros con mariposas), 2006
Pieza del mes
Diciembre 2016
Sin título (perros con mariposas), 2006
Colección particular
Tengo la sensación de que el tiempo no ha pasado y que cualquier día de estos estaré conversando con el Maestro Ricardo Martínez en su estudio…
Han pasado casi treinta años desde que una tarde de enero de 1987 crucé la puerta de Etna 32, el Santa Sanctorum del Maestro Ricardo Martínez, previa cita vía telefónica. “Llámame ese mismo día a las dos de la tarde en punto para confirmar”, ritual que se repitió por lo menos una vez al mes desde entonces y hasta finales del año 2008 en que lo visité por última vez. Amistad entrañable y verdadera, hoy recuerdo con enorme cariño y gratitud el tiempo que me brindó el Maestro desde nuestro primer encuentro en el que lo sorprendió que un niño de quince años que se iniciaba en el camino de la pintura hubiera tenido el valor de averiguar su teléfono y haberle llamado para conocerlo. Ricardo Martínez fue mi guía, consejero y una especie de segundo padre. Gracias, Maestro, por casi veintidós años de amistad, afecto y apoyo.
El tema de los perros en la iconografía de Ricardo Martínez se remonta a la década de los años cuarenta, durante su periodo de búsqueda de un lenguaje personal aun dentro de la Escuela Mexicana de Pintura. Si bien Martínez no siguió a rajatabla los dictados de la escuela, hay una influencia de la misma pero en un universo poético más cercano al surrealismo en cuadros como El ángel de 1942 o Memoria de San Jorge de 1943, donde los perros tienen actitudes juguetonas como en la primera obra mencionada, o bien ciertamente amenazantes, tal es el caso de la segunda. Posteriormente, Ricardo Martínez continúa su labor de búsqueda y síntesis formal de las figuras tanto humanas como animales, manejos de color más atrevidos y un dibujo más fuerte, por ejemplo en el óleo Los elotes de 1955 donde un perro aparece como una presencia casi fantasmal al lado de dos sólidos personajes que sostienen mazorcas en sus manos.
Más adelante, el artista ilustraría Pedro Páramo de su querido amigo Juan Rulfo con unas viñetas a tinta, una de las cuales representa unos hermosos y estilizados perros. Finalmente, en 1956 Ricardo Martínez pintaría una excepcional obra titulada La pelea de perros en la que empiezan a aparecer los rasgos que definirían su producción de madurez; tres hombres en grises sólidamente dibujados observan impasibles el dramatismo de tres bravos perros peleando.
En la última década de su vida, Ricardo Martínez me comentaba sentir cierta nostalgia por algunos temas lejanos en su pintura. Hablábamos mucho también de algunos de sus amigos entrañables ya entonces desaparecidos como Carlos Mérida, Federico Cantú, Luis García Guerrero, Jaime García Terrés y Leo Lionni. Hacia mediados de la primera década del siglo XXI, don Ricardo tomó nuevamente a los perros como tema en su pintura, básicamente en telas de mediano y pequeño formato: de pronto un rincón de su estudio se llenó de perros acompañados de personajes humanos. Había una pequeña tela con dos perros −uno negro y otro blanco− sobre fondo azul en el que ladraban furiosos a unas mariposas, me pareció muy bello y se lo hice saber a Martínez. Poco a poco todas esas obras se vendieron, y una tarde de verano de 2007 mi amigo me obsequió ese cuadro que tanto me había fascinado, me quedé sin palabras y desde entonces ese cuadro me acompaña todos los días de mi vida. Es una composición atípica dentro de la producción pictórica de Ricardo Martínez: dos perros con amenazadores colmillos que no sabemos si quieren atrapar o jugar con cuatro plácidas mariposas que vuelan por encima de ellos. Como dato curioso, recuerdo que unos pocos meses después el pintor me preguntó si sería buena idea borrar aquellas mariposas: “¡Por supuesto que no, Maestro!”, fue mi respuesta. Esas mariposas son tal vez de los pocos insectos dentro de la obra de mi querido amigo.
Diego Guzmán
Noviembre de 2016