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Presentación del libro conmemorativo

Ricardo Martínez. 100 años

Ricardo Martínez, espléndido dibujante con el lápiz, la tinta, la acuarela, la sanguina; pintor e ilustrador excepcional, autodidacta. Nació en 1918 y falleció en 2009.

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Para comenzar, mencionaré la estructura y diseño del libro. La razón es muy sencilla –al menos para mí–, me explico: me parece como si fuera una caja que alberga grandes, preciados e insospechados recuerdos de una persona; de una cubierta-portada que aparenta ser de tela, de aquellas que utilizaba Ricardo Martínez y en las cuales podía advertirse perfectamente la textura del material de soporte.

En esta caja-estuche, que es tridimensional, alberga una serie de imágenes, que son esos testigos insoslayables de una producción plástica de un gran maestro de la pintura mexicana.

Lo expreso también por aquellas fotografías personales, tan entrañables, que atestiguan muchas experiencias del pintor con los grandes protagonistas de la cultura universal y, además, por los autores que escribieron para este libro, y me refiero a quienes con su convivencia, fuera cual fuere ésta, ofrecen con su propia voz un testimonio muy valioso. Y me refiero a: Arturo López Rodríguez, Zarina Martínez Lacy –su hija–, Miriam Kaiser, Aurora Avilés García, María Fernanda Matos Moctezuma, María José Ramos de Hoyos y Dabi Xavier.

Antes de entrar en materia, me gustaría compartir con ustedes mi experiencia con el Maestro Martínez de Hoyos. Lo conocí en 1979 cuando comencé a laborar en el Cenidiap. En aquel entonces llevábamos a cabo, entre otras actividades, visitas a ciertos artistas plásticos para enriquecer nuestro acervo documental y de memoria del quehacer artístico mexicano. Recuerdo esa calle de Etna donde vivía el pintor. De su jardín y de ese imponente estudio impecable, con pisos de madera, que atestiguaban el andar cultural de todos los personajes y no tan personajes que lo visitaban en aquel lugar. Los techos eran altísimos, como solían ser sus telas de la última etapa estilística. Eso sí, impecabilisímo. Y me preguntaba ¿cómo era posible tener un lugar así de pulcro sin ninguna mancha, sin ninguna evidencia del trabajo que él realizaba? Pero sí, así era él: ordenado, meticuloso, correcto, serio, impávido y por supuesto un gran artista y un gran ser humano.

El impacto fue inevitable –me puso nerviosa– y saqué de mi cuaderno una entrevista ya formulada por la responsable de investigación de ese entonces. La verdad es que tenía unas preguntas que hasta a mí me daban pena. Entonces el Maestro tomó esa hoja y la leyó un tanto contrariado; prefirió mejor platicarme más coloquialmente sobre su trayectoria artística. 

Por supuesto, antes de comenzar nuestra charla, me advirtió que de ninguna manera fuera a sacar la grabadora. Continué visitándolo para recopilar y duplicar toda la hemero-catalografía, así como las fotos de su obra. Y no sólo eso sino, y en la medida posible, le ordené su archivo, y las fotos de su obra las resguardé en sobres para que no se maltrataran. Todo ese material reproducido aún se encuentra para su consulta en el acervo documental del Cenidiap en el Centro de las Artes, del INBA.

Esta experiencia coadyuvó para adentrarme y profundizar en este sentimiento plástico que ahora tengo gracias a los autores de esta publicación.

Las primeras páginas están dedicadas a la presentación por parte de la Fundación Ricardo Martínez. Debo felicitar a los hijos del pintor por esta iniciativa concretizada ahora, en este libro, extraordinariamente cuidado por Alberto Tovalín en la edición, el diseño, la calidad de las imágenes de obra y personales. También fue una sinfonía de personajes que se involucraron para hacer factible este ejemplar, pues resulta ser una verdadera obra de arte de las obras plásticas de Ricardo Martínez. En cada apartado, la diseñadora del libro, Teresa Peyret, optó por colocar en la parte opuesta del comienzo del texto una foto personal o una obra para referirnos de los que se aproxima en su contenido.

El apartado siguiente correspondió a Arturo López Rodríguez, quien lleva cabo una introducción con un texto para presentarnos a Ricardo Martínez y a los temas abordados por cada uno de los escritores, resaltando las cualidades de cada uno de ellos.

Zarina Martínez Lacy, hija del pintor, nos da parte de su experiencia. Cuando nos encontramos con un texto escrito por algún hijo(a) resulta ser una veta de oro, porque es la apreciación más directa y sincera que un artista pueda aspirar de su descendencia. Es la historia oral experimentada por una persona tan cercana. Considero que este texto es muy subjetivo sin caer en apasionamientos que desvirtúan el quehacer plástico de cualquier artista. “Escuchar la voz” de Zarina es un deleite, porque es un recuento, muy comprometida con el aspecto filial, pero también con la perspectiva de una hija hacia el artista-padre. Nos comparte la manera cómo trabajaba y cómo preparaba sus telas, y la forma de ser testigo del nacimiento y desarrollo hasta el final del tema. De igual modo, nos “platica” cuáles fueron las condiciones en que conoció a su madre. Siempre existirá en el ser humano esa necesidad de conocer y descubrir la vida personal del otro, del que está cerca o lejos de nosotros. No tiene importancia.

Ella recuerda que a su padre no le agradaba dar entrevistas. Era una persona muy selectiva y, a distancia de aquella época en que lo conocí, ahora valoro mucho más que el Maestro haya tenido esa deferencia hacia mí y, sinceramente, fui privilegiada por haber aceptado recibirme y platicar conmigo en aquellos años de finales de los setenta.

Miriam Kaiser, gran promotora cultural a nivel nacional e internacional y una invaluable amiga, ha asesorado a la Fundación para varias cuestiones, por lo que se refiere a las curadurías que ha realizada para conmemorar los 100 años de nacimiento de Ricardo Martínez, y nos relata en su escrito acerca de la importancia que representó para él la naturaleza, que consideró como parte de sus personajes. De igual forma, la autora hace una reflexión sobre los temas que desarrolló el artista y las diferentes posiciones que adoptaban aquellos personajes dentro de la tela y el colorido.

El siguiente apartado corresponde al periodo de “1940 a 1980, de la búsqueda a la consolidación de un estilo”, por Aurora Yaratzeth Avilés García. Prácticamente la autora nos lleva de la mano para hacer el recorrido analítico de la obra desde la formación del pintor, sus primeras influencias estilísticas, sus búsquedas, sus renovaciones, con claros ejemplos de la obra temprana del artista. En esta década, de 1940 a 1950, analiza con detalle las influencias de sus contemporáneos, ejemplificando con obras reproducidas de Ricardo Martínez y éstos. Se vale de una rica hemerografía para complementar y apoyar su análisis iconográfico, que se encuentra en el acervo de la Fundación Ricardo Martínez. Luego se acercó a la segunda etapa que corresponde de 1953 a 1957, donde aparecen incipientemente las habilidades pictóricas que serán distintivas del pintor. Corona su texto con la consolidación de su estilo personal. El contenido de su valoración plástica no tiene desperdicio y el hilo conductor de sus valoraciones están sensacionalmente explicadas. Para terminar con este apartado, viene otro con una verdadera constelación de reproducciones de su obra de este periodo, con una calidad asombrosa. Muchas felicidades, Aurorita.

Más adelante, vendría la sección dedicada a “La producción plástica de 1980 a 2009”, de María Fernanda Matos Moctezuma. Este texto viene a complementar el de Aurora Avilés. En su escrito, cita unas palabras pronunciadas en una entrevista que le hicieron a Ricardo Martínez cuando le preguntaban por su vida personal, y él sólo contestó como Balthus: “vean los cuadros”. Durante su trayectoria artística, que constó ¡sólo de 70 años!, tuvo la fortuna de presenciar muchos acontecimientos políticos y culturales, no sólo en México sino en el resto del mundo, así como las grandes transformaciones a todos niveles. Su obra no fue la excepción de cambios de profundidad en cuanto a temáticas, a simbolismos, a la coloración, al espacio en sus obras, al sentido emocional… La autora también analiza el erotismo en el cuerpo humano y la mirada de sus personajes, y por último, de la interacción entre éstos. La escritora saca a flote la influencia que tuvo sobre sus cuadros, específicamente de Velázquez, Goya, Greco, Zurbarán, Picasso, la sensualidad de los venecianos, de Moore… Para acompañar esta etapa estilística, hay una sección con la reproducción de sus pinturas.

Otro tema que se desarrolla en el libro es el que se refiere al trabajo de ilustración que hizo Ricardo Martínez para diversas casas editoriales y autores. La responsable de este tema sobre “Un intercambio generoso: viñetas y dibujos en publicaciones literarias” fue María José Ramos de Hoyos, sobrina del artista. Inmediatamente advertimos que es una persona erudita en los quehaceres editoriales, porque analiza con profundidad cada dibujo-viñeta que realizó. Nunca se había tratado y estudiado con tanta profundidad esta etapa tan importante. El escrito va acompañado por una profusa cantidad de portadas de libros, ofreciendo una gran riqueza visual para el lector. Sólo mencionaré algunos ejemplares que tuvieron como depositario los dibujos del pintor: Carlos Fuentes, Los días enmascarados; Octavio Paz, Libertad bajo palabra, o Alfonso Reyes, Parentalia. La autora nos ofrece una historia de la forma cómo le fueron encargando los trabajos de ilustración entre los años cuarenta y sesenta.

Para dar por término al contenido de esta publicación, una sección final destinada a “El acervo: una historia que contar” por la pluma de Dabi Xavier, quien es la responsable del acervo de la Fundación Ricardo Martínez. Dabi, con esa enorme sensibilidad y entrega al trabajo y con esa especial percepción de las cosas importantes y trascendentes de la vida, nos narra con una gran soltura la labor que ha llevado a cabo a lo largo de casi una década, cuando la familia la invitó a participar en la futura Fundación. La labor de Dabi ha consistido, entre otras muchas cosas, en reorganizar el archivo, separar la hemerografía, los catálogos, los dibujos los cuadernos, las invitaciones, las fotografías, documentos institucionales, los libros, en fin, un infinito universo de documentos y obras que se tenían que organizar, administrar y sistematizar, ¡nada sencillo!

Sólo me resta decir que el quehacer plástico de Ricardo Martínez, como en una ocasión afirmó Damián Bayón, fue ir en busca de esencia: los cuerpos son faldeos suaves, pero de volúmenes plenos, hombres, mujeres, niños, vestidos o desnudos de esta o aquella raza. Yo agregaría: es la externalidad del Maestro, del espíritu, de su misticismo, lo que aflora en sus personajes –como los griegos que inventaron la época de los gigantes, cualquiera que estos fueren–, son obras, por mencionar alguna, de formas minimalistas; es decir, por la economía de elementos, de trazos y síntesis de formas rotundas, podríamos aseverar que se asemeja a la mentalidad japonesa de “decir” más con menos elementos.

Deseo dejar asentado que tanto los autores de los textos que conforman este libro como a título personal, vemos sin duda alguna aquella poesía relatada por un pincel que lo movía enigmáticamente el pintor y que expresaba la realidad de la vida más íntima, más interior, más espiritual… Su obra es geometría pura, como lo podemos observar en sus bocetos hasta la gran obra terminada, pero cubierta por capas de pigmento y de arte. El libro da fe de lo anterior. Además, el resultado de esta publicación es una obra de arte de la obra maestra del pintor Ricardo Martínez.

MARÍA TERESA FAVELA FIERRO

Investigadora del Centro Nacional de investigación, documentación e información de arte plásticas, INBA.

PRESENTACIÓN

Rina Ortiz

Xalapa
PRESENTACIÓN

María Álvarez

FIL Palacio de Minería
PRESENTACIÓN

Miriam Kaiser

Casa del Conde de Súchil, Durango